Home Ciencia KEPLERIANA

Durante el siglo XVII un puñado de pensadores cuestionó la validez de la escolástica y su método, y propusieron una nueva forma de racionalidad para acercarse al conocimiento de la naturaleza. Ese ambiente cultural habría de catalizar los grandes avances científicos que se dieron en esa época. Uno de los actores de esa revolución en la esfera de la ciencia fue el alemán Johannes Kepler, nacido cerca de Sttutgart en 1571. Copernicano convencido, hizo amistad epistolar con otro grande: Galileo Galilei.

Kepler estableció en Praga en 1600 una complicada relación personal con el danés Tycho Brahe (1546-1601), el más grande observador de los cielos hasta la invención del telescopio y quien había elaborado las tablas astronómicas más precisas de la época, producto de su larga y paciente observación de los astros (especialmente del movimiento de Marte). Sus datos eran mucho más precisos que los logrados por Copérnico. Mientras Kepler estuvo bajo el mando del aristocrático Brahe, no pudo tener acceso a los datos que este había acumulado. Solamente después de su muerte, el matemático alemán logró acceder a los documentos del astrónomo que había nacido en Escania (en ese tiempo, en territorio de Dinamarca), en el Castillo de Knudstrup.

Kepler, luterano profundamente religioso, veía en Dios al supremo geómetra. Con esta idea elaboró inicialmente un modelo del movimiento planetario que, suponía, obedecía a las leyes pitagóricas de la armonía de las esferas, basado en los llamados cinco poliedros platónicos. Era un modelo hermoso, pero falso, con el cual creyó haber leído en la mente del divino artesano el plan de organización del universo.

Los datos de Tycho Brahe, recogidos desde la concepción geocéntrica, fueron trasladados por Kepler a la visión heliocéntrica y su análisis mostró lo inadecuado del modelo que inicialmente había ideado. Finalmente tuvo que aceptar que la elipse era la figura geométrica que seguían los planetas en su giro alrededor del Sol. Por primera vez en la ya larga historia de la astronomía el divino círculo le cedía el puesto a una curva más real. El análisis matemático le permitió encontrar las tres leyes del movimiento planetario y establecer una conexión entre astronomía y geometría. Aunque esas leyes mostraban cómo se movían los planetas a través del divino éter, Kepler no pudo comprender por qué los errantes las obedecían, aunque él sospechó que una extraña “fuerza arremolinada” centrada en el astro rey era la causa. Tomando como punto de apoyo las tres leyes keplerianas, Isaac Newton (1643-1727) enunció en 1685 su teoría de la gravitación universal con lo que el descubrimiento del alemán encontraba una explicación natural.

 Cuando Kepler murió en 1630 en Ratisbona (Alemania) hizo grabar en su tumba el siguiente epitafio, compuesto por él mismo: “Medí los cielos, y ahora las sombras mido. En el cielo brilló el espíritu. En la tierra descansa el cuerpo”. Hoy, cuando la investigación astronómica ha llegado a límites no imaginados por esas grandes mentes del siglo XVII, el sempiterno movimiento de los planetas, aquí en nuestro propio sistema solar o en los miles que hasta ahora se han descubierto, proclamará por todos los tiempos la memoria de Johannes Kepler.

Guillermo Guevara Pardo

guillega28@gmail.com

 

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