Home ACTUALIDAD Adiós con ebriedades para Gabriel

Por Reinaldo Spitaletta

La vida es una herida absurda, sí, hermano, que vos, con tu barba de profeta extemporáneo, con tus manos de escultor capaces de transformaciones de yeso en bronce, vos, metamorfoseado con el fraseo sin par de Goyeneche, tristón en una silla de soledades, cantando, susurrando, diciéndote para vos, muy hacia adentro, no sé hasta qué abismos de tu alma de tango, “garúa, solo y triste en esta noche, va mi corazón transido…”, y así sucedió una noche, en un café de arrabal, vos, en un Cuartito azul, te sometías a la audiencia de beodos, con tu voz maleducada, pero con un sentimiento de última canción de recital, te ibas entreverado por los versos de Cadícamo “¡qué noche llena de hastío y de frío!”, pero no había ni lo uno ni lo otro, estábamos en un ámbito de embriagueces y bandoneones tristes, en un rincón de Medellín.

Tu última curda ya pasó, tu penúltimo whisky se quedó sin beber, che, Gabriel, que vos eras tan-goyeneche, “¡pónganme a Goyeneche!”, decías en cafés en las que las turbulencias éramos vos y yo. No había remedio. El cantor de Buenos Aires aparecía entre las brumas de la borrachera y ahí, entre distancias y recuerdos, el mundo se volvía un poquito de nostalgia y un tanto de poesía flotando entre una lluvia seca.

Chau, no va más, compañero del alma, compañero. No sé qué tanto te apetecían las tristezas de un español, de elegías y nanas cebolludas, el mismo que en una película sobre Goya, de aquellas de cine-foro, de cine-club de los setentas, decía con voz en off que “vientos del pueblo me llevan”. Vos llevabas un pueblo en la garganta y en la copiosa barba, en tus brazos que pudieron ser un día (y el día ya está lejano) de Miguel Ángel, aquel que vos aprendiste en La Agonía y el Éxtasis, cuando la vida, la tuya, la mía, estaba en flor (ah, Naranjo en flor).

No sé ya qué tanto de tus ganas escultóricas se quedaron en el monumento de Ciénaga, levantado en diciembre seis de 1978, homenaje a los obreros bananeros asesinados cincuenta años atrás; no sé cuántas fundiciones de tristezas y alegrías se hospedaron en una obra tuya, la pátina verdosa sigue envejeciéndola, Homenaje a la Vida, en una plazuela de Bello, Antioquia, junto a un bar de miniatura, con nombre porteño: Café de Los Angelitos.

Vos eras un escultor con pinta de retrato renacentista. Cuántas creaciones se esfumaron con tus sueños; cuántas se quedaron, aguardando un golpe de gracia, escondidas en tus intenciones. Vos, que eras un tango andante, ya no estarás más en las noches de vino, ni en las madrugadas con promesas de soles ebrios. Sos un fantasma de aquello tan inasible, que ya no se puede recuperar.

Vos, que quemaste banderas yanquis en manifestaciones estudiantiles, en desfiles del Primero de Mayo, en demostraciones de desobediencia civil; que a punta de “screen” llenaste paredes con gritos antiimperialistas, con consignas rojiamarillas contra la tiranía y el despotismo. A vos, que un día, en un campus universitario, te puso a cantar con ella una diva de tango, Adriana Varela, que al verte entre el público, dijo, “vení, vos, sí, vos”, que no te creías el llamado, “sí, vos, vení a cantar conmigo” y entraste a destiempo, sin compás, pero con la gracia de decir “cada vez que me recuerdes / la noche amiga me lo dirá…”. Y ella te despidió con un beso acompasado.

Con vos, tipo guapo si los hubo, sin miedos ni recatos, una madrugada joven de Maracaibo, Junín y La Playa, en una fugaz Medellín que ya no existe, caminamos (tal vez éramos pasajeros de un barco ebrio) cantando, bueno, es tal vez un decir, mejor dicho: gritando “¡loco, loco, loco!, cuando anochezca en tu porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré con un poema y un trombón a desvelarte el corazón…”, y desvelábamos a los habitantes de calle, a los que en su despertar imprevisto, les tirábamos luces celestes y banderitas de taxi libre.

Vos, viejo Gabriel, ya sos polvo de estrellas, aunque, como decía otro viejo que tampoco está, seguís vivo, porque todavía no sos olvido. Vivís en las luces de un Wurlitzer de medianoche, dormido sobre una mesa de café (aquellas que nunca preguntan). Seguís caminando por la memoria de una canción de ayer, mientras la herida absurda que abriste con tu fuga sigue sangrando soledades.

obra

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