Editorial: Uribe y el ajedrez norteamericano
A pesar de que desde hace años Estados Unidos tiene un minucioso plan para el control total de América Latina, las cosas no le están saliendo como quería. El fracaso, al menos temporal, del ALCA constituyó un importante revés. En la OEA no ha podido imponer todos sus dictados y varios países han creado bloques que le dificultan sus propósitos, como fue el caso del nombramiento del secretario general de esa institución. La elaboración de la agenda para la Cuarta Cumbre de mandatarios de las Américas que se realizará en noviembre en Mar del Plata, Argentina, le ha obligado a negociaciones milimétricas sobre el contenido de la misma. Su victoria al haber atado a República Dominicana y Centroamérica a un Tratado de Libre Comercio (el CAFTA) le costó mucho esfuerzo dada la opinión adversa que prevalece en el Congreso estadounidense a ese tipo de tratados, casi no logra los votos suficientes y todavía tres países no lo ratifican. Uruguay está renuente a aprobar un Tratado Bilateral de Inversiones que fue negociado por el gobierno anterior. Argentina y Brasil, aun en medio de crisis y de la continuación de muchos esquemas neoliberales, proponen una política exterior diferente a la deseada por Washington. Sus únicos respiros en el Cono Sur han sido la lealtad inquebrantable de Chile y los esfuerzos de seducir a Paraguay, para lo cual Donald Rumsfeld viajó a ese pequeño país, que se siente asfixiado en el MERCOSUR y que le ofrece la oportunidad de una influencia militar para acercarse al Acuífero Guaraní, la más grande reserva de agua dulce del mundo.
En la zona andina no faltan las dificultades para el TLC Andino tal como fue pensado inicialmente, pues enfrenta obstáculos derivados de las situaciones internas de varios países. En Bolivia, ante las elecciones generales del próximo 4 de diciembre, el gobierno ha decidido aplazar la participación en el mismo. Hay la posibilidad de que Evo Morales pueda aglutinar a la izquierda y convertirse en una opción electoral. Las multinacionales petroleras amenazan con llevar a arbitramento la Ley de Hidrocarburos que obliga a las compañías a cambiar obligatoriamente un régimen de riesgo por uno de producción compartida, incrementar el pago de impuestos del 16% al 32% y pagar regalías equivalentes al 18% de su producción. La mencionada ley también obliga a reconocer a Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la empresa estatal, como parte de la cadena de producción de hidrocarburos y le permite intervenir, por cuenta del Estado, en los negocios en el mercado internacional. La única esperanza para Washington es que Bolivia después se adhiera al TLC, dependiendo de la correlación interna de fuerzas. Pero las elecciones apenas son una batalla más en los litigios sobre la autonomía de los pueblos y regiones bolivianos, los hidrocarburos y el planteamiento de una Asamblea Constituyente.
Ecuador presenta señales contradictorias. Mientras que el gobierno ha criticado varios aspectos del TLC, por otro lado aceptó la renuncia del ministro de Economía, quien criticó al Banco Mundial por no otorgar un préstamo de 100 millones de dólares y propuso un acercamiento a Venezuela, la cual quiere comprar bonos por 300 millones con bajo interés. El movimiento popular plantea movilizaciones para que se revierta un importante contrato con la petrolera Occidental, que ha violado todos lo convenido con el Estado ecuatoriano. La amenaza latente del movimiento popular conocido como ‘Forajidos’, la debilidad del gobierno, las inminentes elecciones y las divisiones en la oligarquía hacen de Ecuador un país inestable con el cual Estados Unidos no puede contar totalmente.
En Perú la popularidad de Toledo ha caído al mínimo histórico por su incapacidad de unir a la clase dominante, los polémicos manejos de su gabinete, la cercanía de las elecciones generales y la falta de resolución de todos los conflictos con empresas multinacionales, que EEUU había pedido como requisito para la negociación del TLC. Es difícil encontrar un gobierno tan entregado como el de Toledo; mas a pesar del oprobio, no ha aceptado la inmunidad para los soldados gringos y no enfatiza, tanto como debiera –a juicio de Estados Unidos–, la lucha contra los sembrados de coca. Rumsfeld viajó allí hace poco a fin de intentar poner orden. Para colmo de males, en diciembre Perú está obligado a definir si adhiere a la zona de libre comercio andina o si se retira de la CAN. Toledo irá a Washington a pedir clemencia en las negociaciones del TLC, mientras en su país se incuba una protesta de los sectores agrarios, los cuales –con una base social más amplia que en Colombia– rechazarán las inequitativas exigencias norteamericanas.
La mayor molestia que Estados Unidos tiene en América Latina es el gobierno venezolano de Hugo Chávez. Con el poder económico que le dan las crecientes exportaciones de un petróleo caro, Chávez se ha atrevido a emprender no sólo importantes reformas internas, sino a proponer a los países del continente la unión económica en materia de petróleos, telecomunicaciones y salud entre otros, lo que indudablemente significa un desafío a Estados Unidos.
En otras palabras, el mandatario de Venezuela intenta jugar fichas distintas en el ajedrez de la geopolítica latinoamericana. Recientemente logró que Uruguay entrara a Petrosur –adhesión que se suma a la de Brasil y Argentina–, compró bonos de deuda externa de Ecuador y en su visita a Uruguay firmó cuatro acuerdos bilaterales, entre los que se incluyó el abastecimiento total de petróleo durante 25 años a través de un compromiso de explotación binacional. En Argentina, suscribió con su homólogo Néstor Kirchner acuerdos por más de 500 millones de dólares. Entre ellos se concertó la construcción de dos buques-tanques por parte del argentino Astilleros de Río Santiago-Dianca para la petrolera venezolana PDV Marina, lo que implicará una inversión de 112 millones de dólares. En Brasil, Chávez ofreció al presidente Luiz Inacio Lula Da Silva un campo en la Faja del Orinoco, cuyas reservas se acercan a los 50 mil millones de barriles de crudo. Aseguró que antes de que finalice el año, comenzaría la construcción de una refinería en esta área, la cual beneficiaría tanto a Petróleos de Venezuela –PDVSA– como a Petrobras. En respuesta. Estados Unidos intenta inútilmente satanizar a Chávez, mostrarlo como una amenaza para la democracia en el continente y aprovecha cualquier visita a Latinoamérica para buscar aislarlo. Súbitamente Chávez se convirtió –según Estados Unidos– en el causante del descontento boliviano, la inestabilidad en Ecuador y de todo lo que sucede en la región. Chávez, por su parte, ha amplificado la voz de Fidel en la región y representa un enorme obstáculo para los designios imperiales de Washington al sur del Río Bravo. En el panorama latinoamericano Estados Unidos se encuentra bastante solo, con muy pocos gobiernos amigos, con situaciones inestables e impredecibles y en medio de unas políticas neoliberales que han conducido a la región a la ruina y al empobrecimiento.
Y por Colombia tenemos a Álvaro Uribe Vélez, el más obsecuente seguidor del neoliberalismo en la zona, el gobernante que ha entregado hasta lo que no le están pidiendo. Según palabras de Bush, “el mejor aliado de Estados Unidos en América Latina”. En la llamada democracia más vieja de América, en medio de la inestabilidad producida por la combinación del terrorismo y del narcotráfico, ha surgido este personaje de personalidad mesiánica y fundamentalista, quien mediante maniobras mediáticas es capaz de venderle a capas significativas de la población la idea de que el autoritarismo y el programa neoliberal son lo que remediarán todos los males del país. Es el presidente más obsesionado en la zona andina con firmar el TLC y ha ordenado ceder todo para preservar –sin siquiera conservar el ATPDEA– la amistad con Estados Unidos y la continuidad de su política de “seguridad democrática”. Para firmar el TLC está dispuesto a feriar, traicionar, regalar, faltar a la palabra y engañar cínicamente a la población. Creyó –o dijo creer– que su amistad “íntima” con Bush le aseguraría un trato benevolente en el TLC. La respuesta norteamericana fue, como siempre y sin contemplaciones, contundente: vamos por lo nuestro; deben firmar un TLC a nuestra medida; no hay concesiones a los débiles; deben rendirse sin reservas y sin pataleo. Para Estados Unidos, que persigue objetivos más ambiciosos a nivel mundial, las genuflexiones de Uribe son poco importantes. El pequeño espacio que ocupa Colombia en el concierto mundial, así Uribe se sienta un redentor, no es significativo.
Hace falta mucha paciencia para explicarle a los colombianos lo que Colombia significa en este ajedrez macabro y el lánguido papel que Uribe está dispuesto a jugar: sacrificar el futuro del país para su gloria personal, ser el más obsecuente defensor de unas teorías y doctrinas en las que no creen ni sus autores, prometer la paz y la estabilidad aún a costa de las más elementales necesidades del pueblo y de la democracia. A quienes confiamos que el mundo puede ser de otro modo, no nos queda otra esperanza que dejar que en algún momento de este oscuro camino se oiga la voz del pueblo.