A los 30 años de la erupción del volcán nevado del Ruíz: una tragedia premoderna en la Colombia de 1985. La desaparición de la cultura y la ciencia en Armero
María Elvira Escobar
Para Sandra White, Alfonso Calderón, Luis Eduardo Fuentes, Carmenza Piñeros, Flor Moreno, Jairo Ramírez, con admiración y respeto. (Fallecidos en Armero)
El propósito de este trabajo es conmemorar a la población de Armero, Tolima, y parte de la de Chinchiná, Villamaría y otras veredas de Caldas que hace 30 años fueron arrasadas por la avalancha producida por la explosión del volcán nevado del Ruiz. Igualmente, resaltar el proyecto de divulgación científica de la compañera maestra Sandra White, quién se dedicó a impulsar el Instituto Carlos Roberto Darwin, adscrito al Museo del mismo nombre, logrando involucrar a amplios sectores de la población de Armero y poblaciones aledañas.
1. Introducción
El 13 de noviembre de 2015 se cumplen 30 años de la erupción del volcán nevado del Ruiz, que provocó la trágica desaparición de Armero, Tolima, así como de barrios y veredas enteras de Chinchiná y Villamaría en Caldas, debido a los lahares de lodo que descendieron por los estrechos valles, y especialmente, a que las poblaciones no fueron evacuadas a tiempo, por ineptitud del gobierno.
Como lo describe Gonzalo Duque Escobar (2005): “Los flujos de lodo estimados después en 100 millones de metros cúbicos, descendieron raudos desde los glaciares del volcán nevado, avanzaron arrasándolo todo hasta alcanzar los poblados ubicados en los valles de salida de los ríos. Por la vertiente del Cauca las riadas bajaron desde la cima de la cordillera por las quebradas Nereidas, La Poa y Molinos, el Rio Claro, llegando finalmente al río Chinchiná; y por la del Magdalena, unas dos horas hasta Armero, transitando por la cuenca del Lagunillas y el Azufrado, y hasta las partes bajas de Mariquita primero, para seguir luego a Honda, por el Gualí. En Armero los lahares, masas donde participan agua y sólidos por mitades, cubrieron con 2 metros de lodo unos 30 kilómetros del valle en varias direcciones, incluida la del norte ajena a este drenaje”.
En Armero, falleció el 94% de la población y en los dos municipios de Caldas, el 6% de la misma. Esta fue la segunda erupción volcánica más mortífera del siglo XX, apenas superada por la del monte Pelée en 1902, en la isla de Martinica, y el cuarto evento volcánico más mortífero desde el año 1500.
2. Para no olvidar: El Instituto Carlos Roberto Darwin.
Entre los desaparecidos de Armero estaban los compañeros del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), eran descalzos, dedicados al trabajo revolucionario: Alfonso Calderón Barrera, Secretario del Regional del Magdalena Medio; Sandra White Narváez, del Centro de Estudios del Trabajo (CEDETRABAJO), Luis Eduardo Fuentes Gálvez, encargado del Norte del Tolima y del trabajo cafetero; Carmenza Piñeros, Flor Moreno y Jairo Ramírez Cerquera, biólogo con Maestría en Primatología, Luis Gil, Jaime Lozano, José Jesús Bermúdez y Albeiro Montes, quienes en la noche del 13 de noviembre, se dedicaron a organizar a la gente, en el parque, para la evacuación del pueblo, acompañando al Alcalde Ramón Antonio Ramírez y a Edgar Efrén Torres, Director del Museo Carlos Roberto Darwin (Muñetón Bustamante, 1981).
Afortunadamente en el periódico ABC de España, el 24 de noviembre de 1985, el sacerdote Pedro Augusto Osorio, testigo de los hechos, revela los alcances de la intervención que por el altavoz de la parroquia hizo ese 13 de noviembre, Edgar Efrén Torres. (Salavarrieta Marín, 2014). El lahar entró al pueblo por el barrio el Maní, cerca al hospital y fue la subestación de energía lo primero que devoró el lodo. Todo quedó a oscuras (Canal RCN, 2010).
Los inmensos problemas que ha ocasionado la desaparición absoluta de uno de los centros agrícolas más prósperos del país y la tremenda desvertebración humana que ha producido la ausencia de veinticinco mil personas, ha centrado el recuerdo de Armero sólo en los efectos de la catástrofe, pero muy pocos nos hemos detenido a reflexionar en las perdidas culturales antes mencionadas, que significó el desbordamiento enloquecido de los ríos Lagunilla, Gualí y demás, el 13 de noviembre de 1985 (Marulanda Morales, 1987:9), esta frase de Octavio Marulanda me guía para centrar el escrito en el Instituto Carlos Roberto Darwin y en la labor que realizó Sandra White en su estructuración, desarrollo y en la aceptación que tuvo de la gente de Armero, como parte de su trabajo político.
Queremos recordar aquí el proyecto que, Sandra White maestra del MOIR, concibió y dirigió como Secretaria Ejecutiva. Se trataba del Instituto Carlos Roberto Darwin que, unido al Museo Carlos Roberto Darwin, con grandes colecciones de cerámica de la cultura indígena Panche, reunía a todos los que manifestaban algún interés por la ciencia o la cultura. Conformaban su Junta Directiva, destacados intelectuales e investigadores como Edgar Efrén Torres, Jairo Ramírez y Misael Devia.
Edgar Efrén Torres, director del Museo Carlos Roberto Darwin que poseía 2.836 piezas de arqueología, era maestro, y con algunos cursos de Arqueología del profesor Álvaro Chávez Mendoza, recogía el patrimonio de los Panches y a la vez, restos de la Guerra de los Mil Días.
Jairo Ramírez era el director del Serpentario y del Instituto Carlos Roberto Darwin, tenía una maestría en Primatología de la Universidad de la Florida, y realizaba investigaciones, al interior del Serpentario, con monos aulladores (Aotus lemurinus lemurinus) para conocer su comportamiento e investigar si podía encontrar el antídoto de la malaria a la que esta especie es inmune; proyecto auspiciado por el Instituto Nacional de Salud.
Misael Devia, el segundo folklorista del país, compartía la dirección de las Danzas de Armero; tenía una zapatería, y cada cierto tiempo, partía a recoger nuevas manifestaciones del folklor tolimense: las canciones, los bailes, los mitos y los cuentos.
La Junta Directiva de Instituto Carlos Roberto Darwin creó además un grupo de apoyo, que incluía a los campesinos, a funcionarios municipales, a los grandes propietarios de tierra, al dueño del mejor hotel, a los profesionales, a los comerciantes y a la gente del pueblo a quienes les interesaba el proyecto, cuya labor era apoyar y, a la vez, conseguir fondos para sus actividades. Eran los Amigos del Instituto Carlos Roberto Darwin.
La primera actividad que tuvieron fue un ciclo de conferencias en el Museo sobre la Evolución Biológica, a cargo de Jairo Ramírez, director del Serpentario y del Instituto Carlos Roberto Darwin, la cual contó con una gran asistencia de todos los sectores sociales e, inclusive, de niños. En la primera conferencia, Ramírez les ofreció una mirada sobre el origen de los fósiles, su aspecto, y particularmente, su importancia. La conferencia impactó tanto a la población que a los pocos días, unos obreros que habían asistido a la charla, lograron reconocer, al arreglar una vía de la ciudad, lo que era evidentemente un fósil. Le solicitaron al Secretario de Obras, (quien también era de los Amigos del Instituto) que detuviera la obra, para poder recuperarlo. A lo cual éste respondió que no, arguyendo que eran cuentos. Los obreros se fueron a quejar a la Alcaldía y el alcalde dio la orden de desbaratar la obra, sacar el fósil y llevárselo a Jairo Ramírez, quien confirmó que era evidentemente el resto de un mamífero, de una época muy antigua.
Posteriormente, decidieron informar a la población sobre el tratamiento que le iba a dar el Museo a las vasijas y restos de cerámica y líticos, aportados principalmente por los campesinos, para salvar el patrimonio arqueológico. En reconocimiento a los donantes, colocaban su aporte en una urna de cristal a la entrada del museo, con una nota en papel fino que indicaba su nombre, el sitio de encuentro y una corta descripción del objeto. Esta iniciativa tuvo gran éxito, y cada semana, tuvieron nuevas cerámicas y líticos que mostrar. Carl Henrik Langebaek, entonces estudiante de Antropología, dice en su artículo sobre el Museo, que “la cerámica incluía desde vasijas de los tipos reportados por Gerardo Reichel-Dolmatoff, Julio César Cubillos, Carlos Castaño y Carmen Lucía Dávila para diversos sitios de la cuenca del Magdalena, hasta variadas clases de recipientes que no han sido descritos en trabajos impresos. En este sentido la colección del museo incluía piezas únicas, cuyo análisis seguramente habría contribuido al esclarecimiento de muchas de las dudas aún pendientes sobre la cronología y dispersión geográfica de las diversas alfarerías de la región” (Langebaek Rueda, 1987:17).
La siguiente conferencia fue sobre los cacicazgos para situar contextualmente los restos encontrados (Escobar Gutiérrez, 1986-1988: 157-172). La audiencia llenó totalmente el salón asistieron campesinos, estudiantes y gente de Armero, que mostraron gran interés por el tema, hicieron muchas preguntas, a pesar de la hora y de ser un viernes. En la noche, gracias a la colaboración de los Amigos del Museo, se tuvo una parrillada. Lo mismo sucedió con la siguiente conferencia de María Margarita Montoya, sobre las técnicas constructivas de los Incas, donde se hacía énfasis en el trabajo comunitario.
Más tarde decidieron realizar una excavación en un sitio donde había múltiples restos, que parecía un basurero y que Edgar Efrén Torres quería salvar. Para lograr la financiación, hicieron una rifa e invitaron a Carl Henrik Langebaek, para que fuera a Armero y les diera una conferencia sobre Arqueología de la cuenca del Magdalena. El mismo conferencista se comprometió luego a volver en unos días, para dirigir las excavaciones que nunca se pudieron realizar debido a la avalancha. “Nunca, sin embargo, podrá olvidarse la voluntad y el espíritu de estas gentes, quienes sin preparación académica en el campo, estaban dispuestas a pagar una alta cuota de sacrificio por el desarrollo de las investigaciones históricas de su tierra. Notable actitud que nos llena de admiración y deseos de encontrar campos de acción en los municipios colombianos donde los campesinos y población en general facilite, como ellos, las investigaciones de los especialistas” (Langebaek, 1987: 18).
3. Antecedentes históricos.
Los indios llamaban al volcán Cumanday. Pero, posteriormente, se le dio el nombre de la Mesa de Herveo o el Nevado del encomendero Francisco Ruiz, como se conoció desde los tiempos de la Colonia (Vega, 2010).
Su actividad ha sido registrada desde el 12 de marzo de 1595, fecha en la cual Fray Pedro Simón en su crónica reporta una erupción al que llama el volcán de Cartago (Simón, [1981] 2007: 93-95). En los archivos de Ingeominas reposa un informe del coronel Joaquín Acosta, publicado por la Academia de Paris en 1849, en el que se describe la erupción y posterior lahar del Ruiz por el río Lagunillas, el 19 de febrero de 1845, y que parece escrita hace 30 años. En ella, reporta que el fango cubrió 16 kilómetros cuadrados y mató a 1.000 personas, casi todas cultivadoras de tabaco de la región de Ambalema (Vega, 2010).
En ambas oportunidades, en 1595 y en 1845, hubo avalanchas de aguas fétidas y calientes por el río Lagunilla, que nace en el flanco noreste del Nevado del Ruiz y a cuyas orillas se ubicaba la desaparecida Armero (Rueda Enciso, 1985).
4. Cómo ocurrió la tragedia.
Desde inicios de 1984 había, ya, señales de una posible erupción del volcán nevado del Ruíz por lo cual la Universidad Javeriana, sede Bogotá, venía monitoreando su desarrollo y comportamiento. Al detectarse las primeras fumarolas a finales de 1984, se conformó en Manizales, un grupo de trabajo, compuesto por expertos voluntarios, profesores de las Universidades Nacional y de Caldas y de Geotermia de la Empresa de Electricidad de Caldas (Chec) que trabajaba con la colaboración de la prestante geóloga Marta Lucía Calvache. En julio del mismo año, aunque tardíamente, Ingeominas hizo presencia con el aporte de cuatro sismógrafos, y justificó su tardanza en la dificultad que tuvo para conseguir las piezas de repuesto, lo cual muestra ya el poco interés que tenía el gobierno central en la posibilidad de una erupción. El Ingeniero Bernardo Salazar Arango, Director del Departamento de Geotermia de la CHEC, exponiendo su vida, permaneció observando los sismógrafos (Duque Escobar, 2010).
Sin embargo, la indiferencia e inercia del Gobierno Central continuaron marcadas, tal como lo señala el hecho de que el 24 de septiembre de 1985, el debate adelantado por el Representante a la Cámara por Caldas, Hernando Arango Monedero, con cuatro ministros sobre el peligro que representaba dicho volcán no obtuvo ningún resultado y el mismo Arango fue acusado de alarmista. No obstante, ya desde septiembre 11, la tierra comenzaba a moverse con temblores que registraron 3 grados en la escala de Richter (Cortés Rocco, 2006) y los campesinos a ver morir a los peces de la cuenca del Otún, del Recio y del Lagunilla, envenenados con azufre (Vega, 2010), esta descripción corresponde también a lo ocurrido en 1595 (Simón, [1947] 2010: 94).
El fatídico 13 de noviembre, mientras gran parte del país se interesaba en el desenlace deportivo entre Millonarios y el Cali, el equipo de monitores conformado por el doctor Duarte, el ingeniero Bernardo Salazar, Fernando Gil y un colaborador conocedor de la zona, reportaron la finalización del montaje de los instrumentos de monitoreo y valoraron los registros de los sismógrafos manuales. A pesar de los esfuerzos realizados en la consecución del soporte tecnológico que facilitaría las labores de recolección de información, quedaba en el ambiente el sinsabor de conocer que en el evento de una catástrofe, no habría medios suficientes que permitieran coordinar medidas de evacuación pertinentes desde el campamento base con la alcaldía del municipio de Armero (Duque Escobar, 2010). El mayor soporte en telecomunicaciones con que contaba el Alcalde, residía en las acciones espontáneas de radioaficionados en Armero y Bogotá y más tardíamente, un boletín esporádico transmitido por Caracol y RCN, en que el Sargento Mayor de la Cruz Roja Atiliano Salgado Moreno, en medio de la transmisión deportiva advertía la necesidad de tomar medidas urgentes que permitieran salvar la vida de los pobladores de la periferia del nevado (El Espectador, 2010).
Antes de la explosión volcánica, avisaron de la catástrofe por venir múltiples personas conocedoras: Ramón Antonio Rodríguez, Alcalde de Armero; Ancízar Rivera, Presidente de la Defensa Civil; Jairo Ramírez, Director del Serpentario; Edgar Efrén Torres, Director del Museo Antropológico; Roberto Ramírez, Presidente de la Cruz Roja; Fernando Cervantes, Presidente del Club de Rotarios; Octavio García V., Personero; Campoleón Castro Gil, Comandante de Bomberos y Julio Revolledo Arboleda de la hacienda El Puente (Muñetón Bustamante, 1981). Científicos, montañistas, un músico, un alcalde y un congresista anunciaron que Armero estaba en peligro si no se evacuaba. Pero nada de esto sirvió para que el Estado se responsabilizara de la situación. Es más ha sido, contra toda lógica, exonerado de toda responsabilidad en la tragedia (Vega, 2010). Durante toda la tarde, el alcalde de Armero, Ramón Rodríguez, envió una comisión encargada de verificar el estado del río Lagunilla e intentó comunicarse con el Gobernador del Tolima, Eduardo García Álzate, pero tanto el Secretario del Departamento como el Gobernador ignoraron la amenaza (El Espectador, 2010).
En la primera ronda realizada cerca del río Gualí, los expertos verificaron extrañamente lo que venía a ser el preámbulo de la explosión: anormales detonaciones a las 3 p.m. de la falda del volcán. Ante la preocupación, el equipo, que solo disponía de incipientes sistemas de comunicación, inició la transmisión sísmica que se prolongó durante toda la tarde en diversos turnos, en las que informaban con desespero desde la base del nevado a los operadores de radio aficionado y autoridades locales, que la erupción estaba a punto de comenzar (Duque Escobar. 2010). A las 9:29 de la noche, el volcán emitió una fuerte explosión que iluminó las cercanías a pesar de la pesada niebla que lo rodeaba. Ocho minutos más tarde, y ante la interrupción de las comunicaciones y la inminente posibilidad de perder la vida, el grupo emprendió, en atropellada carrera en medio de piedras y cenizas, camino hacia Manizales, sin dejar de informar a la población, en medio del acelerado desalojo, la necesidad de ubicarse en zonas seguras, lejanas de los cauces de los ríos Chinchiná y Río Claro (Rueda Castañeda, 2010).
El ingeniero Bernardo Salazar Arango bajó en su camioneta, y avisó a la gente del camino para que se protegieran, llamó a las autoridades locales sin poder contactarlas porque el Gobernador de Caldas y el Alcalde de Manizales estaban en una fiesta. Igualmente, llamó a los radioaficionados quienes le dijeron que hasta no recibir la orden de las autoridades no estaban autorizados a difundir el acontecimiento en cuestión. Con todo, logró avisar a la Federación de Cafeteros, dueña de Cenicafé, ubicado en las orillas del río Chinchiná, quien pudo alertar a sus trabajadores, y prosiguió su camino hacía Chinchiná alertando a los habitantes del río del mismo nombre con un megáfono para que se resguardaran. Sin embargo, en este municipio hubo más de 2.000 víctimas, entre los areneros y los jornaleros que vivían a la orilla del río. En Chinchiná y la vereda Rioclaro de Villamaría, el lahar que descendió por el valle del río Chinchiná, alimentado por el río Claro y las quebradas Nereidas y Molino, destruyó, además de las muertes ya señaladas, unas 400 casas.
En el caso de Armero, los flujos piroclásticos emitidos por el cráter del volcán que fundieron entre el 2 y el 10% del glaciar de la montaña enviaron cuatro lahares, flujos de lodo, tierra, agua, hielo, pumita y otras rocas y arcillas producto de la erosión del terreno por el que pasaban, que descendieron por las laderas del Nevado a 60 kilómetros por hora, aumentaron su velocidad en los barrancos y se encaminaron hacia los cauces de los seis ríos que nacen en las laderas del volcán. En el río Gualí, el lahar alcanzó un ancho de 50 metros. “Bajaba el río en candela, iluminado” así lo expresó un campesino de las cercanías (Garcés y Salazar, 1989) y corresponde también con la descripción de Simón de 1595 (1947/ 2007).
A las 11:30 p.m. el primer lahar que llegó a Armero avanzó en grandes oleadas. Tenía 30 metros de profundidad, se movía a 12 metros por segundo, duró 10 a 20 minutos sobre la ciudad y fue rápidamente seguido por otros lahares. El segundo con una velocidad de aproximadamente seis metros por segundo, duró media hora y fue seguido por otros pequeños pulsares eruptivos. El tercero contenía gigantescas piedras y duró algo más de dos horas.
Para calcular la magnitud de la erupción, es bueno decir que el 7 de junio de 2015, Caracol dio la noticia según la cual expertos advierten la necesidad de retirar seis millones de metros cúbicos de grava y piedras volcánicas que están en el fondo del río Magdalena y que llegaron allí luego de la tragedia de 1985, lo cual costará 2.5 billones de pesos (El Espectador, 2015).
Esta erupción, con todos los lahares que produjo en distintas partes y a pesar de haber sido la más mortífera y una de las peores tragedias en la historia de Colombia, ha sido presentada como algo natural, imposible de prever o evitar, cuando lo que quedó al descubierto fue la indiferencia, la apatía y la negligencia del gobierno de Belisario Betancur, de sus ministros y de los gobernadores, que no hicieron nada para evacuar a los habitantes de Armero ni de los otros pueblos que colindaban con ríos que bajan del volcán. Como se vio anteriormente, no solamente los científicos y autoridades de Armero reportaron la inminente erupción del volcán, sino que existían antecedentes históricos de sus explosiones.
Los daños fueron estimados en 7.000 mil millones de dólares, una quinta parte del producto interno bruto de Colombia en 1985. Los científicos analizaron posteriormente los datos de los sismógrafos y encontraron que en las horas previas a la erupción habían ocurrido múltiples terremotos de período largo (que empiezan fuertemente y disminuyen poco a poco), por lo cual el vulcanólogo Bernard Chouet afirmó que “el volcán estaba gritando: Voy a explotar”. (Noticias BBC, 2003) Los habitantes de las orillas de los ríos y de Armero pudieron haber sido avisados con dos horas de anticipación y las poblaciones estar organizadas con una evacuación bien preparada para salvar sus vidas.
5. Chinchiná y Villamaría.
La víspera, personas de la administración municipal habían bajado para advertir a los jornaleros y areneros que había peligro, que debían salir de sus casas. Sin embargo, estos pobladores no abandonaron sus viviendas porque no había ningún plan de evacuación: no les ofrecieron sitios para resguardarse y tampoco había seguridad sobre el momento de la explosión del volcán.
La avalancha se desprendió por los cauces de los ríos Rio Claro, Molinos y las Quebradas Nereidas y Poa que desembocan en el río Chinchiná para arrasar con los habitantes y las casas construidas en la cuenca, explayándose sobre los barrios Mitre, El Río y Pescador del Municipio de Chinchiná, frente a Cenicafé (Hernández Jiménez, 1989:72)
Chinchiná era el municipio cafetero más importante del país. En épocas de cosecha, se reunían varios miles de jornaleros, verdaderos trashumantes que recorrían el país de cosecha en cosecha y quienes convertían al municipio, los fines de semana, en una gran feria. Dormían en casas a orillas del río o en grandes campamentos en las fincas donde trabajaban. El lahar cubrió sus viviendas o los sitios de descanso. Chinchiná se vio afectada solo en las orillas del río, donde vivían los jornaleros y la población más pobre.
Los habitantes de Chinchiná y Villamaría no sabían lo que se les venía encima, así pusieron oídos sordos en su mayoría, al aviso que les hizo el ingeniero Bernardo Salazar Arango, antes mencionado, para que se subieran a sitios altos, advertencia que sí fue atendida por el vigilante de las bodegas del Comité de Cafeteros. Los habitantes de las casas a orillas del río abrían las puertas, veían que estaba lloviendo y volvían a encerrarse (Hernández Jiménez, 1989:162). Otro de los vigilantes salió de su casa y vio una montaña que avanzaba y se refugió en las instalaciones de Cenicafé con su familia. El lahar no hacía ruido que pudiera prevenirlos.
Por estar en época de cosecha cafetera, los campamentos de las grandes fincas como La Manuela, estaban atestados de jornaleros venidos de distintas partes del país. Esta circunstancia dificulta el conocimiento del número exacto de víctimas en la zona caldense cuyo estrato social difiere considerablemente del de Armero. Allí, mientras las distintas clases sociales se confundieron en la muerte, en Chinchiná y Villamaría las víctimas pertenecieron casi exclusivamente al pueblo raso, asalariado o campesino (Hernández Jiménez, 1989: 73). En ese cálculo no entró una gran cantidad de recolectores de café que en esa noche acampaban a lo largo de las riberas del Rioclaro y del Chinchiná, fue una masa anónima que no alcanzó a ser detectada por los vecinos y que quedó por fuera de las estadísticas (Pineda Cardona, 2005; 373). Hasta dos años después seguían llegando a estos municipios personas que buscaban desesperadamente a sus familiares desaparecidos.
La muerte se comportó con mayor ojeriza en Caldas: las víctimas no tuvieron ni la menor oportunidad de encaramarse a un árbol o ser arrojados a una playa verde. Dada la geografía del área devastada, las víctimas caldenses de Villamaría y Chinchiná fueron recobradas en añicos por el golpe contra piedras enormes y contra las curvas forzadas de los ríos. Por esto, quedaron pocos huérfanos y 400 heridos (Hernández Jiménez, 1989: 73). Nunca se había visto tanta devastación ni un panorama tan triste y desolador; se integraron a su curso externo campos ribereños molidos y convertidos en una mezcla heterogénea de cuerpos descompuestos, ramajes vencidos, viviendas arrasadas, material de deyección y detritus derretidos (Pineda Cardona, 2005; 372-373).
Villamaría dividió su historia en dos a partir del 13 de noviembre de 1985 donde a las 10:25 p.m. aproximadamente, cuando las personas se encontraban en sus casas durmiendo, ocurrió la avalancha de Nevado del Ruiz, que destruyó a su paso los sitios conocidos como El Destierro, la vereda Rioclaro y La Primavera (Alcaldía de Villamaría, 2015) y se llevó a centenares de familias campesinas que descansaban tranquilamente.
Las pérdidas en Caldas no fueron de la magnitud del área tolimense pero no menos representativas: además de la vida de los jornaleros, principal riqueza de Chinchiná, y de los campesinos de Rioclaro, 700 millones de pesos en la Central Hidroeléctrica de Caldas, 200 millones en las flamantes instalaciones de Cenicafé, 300 millones en el oleoducto que comunica la región central con el occidente de Colombia, mil millones de infraestructura cafetera, 70 millones en escuelas y un área longitudinal de cultivos, además de las casas destruidas. El lodo en determinadas partes subió hasta cien metros sobre el cauce normal del río, en el trayecto del Nevado hasta su desembocadura en el Cauca, cerca al corregimiento de Arauca (Hernández Jiménez, 1989: 72 y 73).
El puente de Chinchiná, con 40 metros de longitud, sobre el río del mismo nombre, desapareció del todo por lo que Chinchiná quedó aislada de Manizales. No se sabe ni donde quedaban sus pilotes. De 15 tractomulas sólo quedaron dos, enredadas en los troncos de las ceibas a la entrada de Cenicafé (Hernández Jiménez, 1989: 163).
6. Armero.
Armero era la antigua población de San Lorenzo, situada entre los ríos Sabandija y Lagunilla. En un comienzo, fue una colonia que Elías Cano bautizó con el nombre de San Lorenzo y que tuvo el 19 de febrero de 1845 la inundación más grande, producida también por un lahar, producto de la explosión del volcán nevado del Ruiz. El 20 de julio de 1930, cambió el nombre del santo por el del prócer José León Armero, Presidente de la República Independiente de Mariquita, fusilado en la Independencia (Parra, 2010).
Armero era la tercera población más grande del Tolima, después de Ibagué y El Espinal. En el último censo aparecía con 5.000 viviendas en la cabecera y una población aproximada a los 38.000 habitantes, (Cuartas Peña, s.f.) que gozaba de un comercio floreciente, con importantes establecimientos bancarios, que registraron pérdidas por más de 30.000 millones de pesos, y contaba con el grupo de agrónomos más grande e importante del país. Producía cerca de una quinta parte del arroz de Colombia, además de algodón, sorgo y café. En 432 kilómetros cuadrados había 4.500 hectáreas en arroz; 3.300 en algodón; 4.500 en sorgo, 7.500 en maní y una producción menor de maíz, ajonjolí y café (Parra, 2010). 3.000 hectáreas de las inundadas por el barro estaban catalogadas entre las óptimas del país. Dos inmensos molinos de arroz y las bodegas de la Federación de Cafeteros con más de 1.500 bultos de café también desaparecieron con la avalancha (Hernández Jiménez, 1988: 71 y 72).
Este municipio era un núcleo educativo de primer orden, al punto de poderse decir que no había niños sin escuela. Así en la avalancha desaparecieron 99 profesores de primaria y secundaria y 4.000 estudiantes. Tenía un hospital regional muy bien dotado, dependencias bancarias y crediticias de notable pujanza y un comercio muy activo (Marulanda Morales, 1987:10). De los bancarios, solo queda como recuerdo la bóveda de la Caja Agraria, (la autora dice que del Banco de la República) donde hay una placa con los nombres de los fallecidos (Cuartas Peña, s.f.). Igualmente Armero se destacaba por su activa vida intelectual y cultural: contaba con un Serpentario para investigación científica, Biblioteca pública, Casa de Cultura, Museo Antropológico, la granja de la Universidad del Tolima y las célebres Danzas de Armero. Entre los pobladores desaparecieron 23 agrónomos, junto con 8 médicos, 8 jueces, 3 odontólogos y numerosos técnicos, por los cuales Armero sobresalía a nivel nacional.
El 14 de noviembre de 1985, a las 6 am, Fernando Rivera Caicedo, piloto de una avioneta de fumigación, levantó el vuelo desde una pista cercana a Armero, recorrió el área y constató que de la ciudad solo quedaba una gran mancha gris (Hernández Jiménez, 1988: 68-69).
7. Conclusión.
La actuación del Gobierno fue de profundo desprecio por las advertencias que recibió. No solo no planificó la evacuación de Armero y de los sitios cercanos a los ríos en Villamaría y Chinchiná, sino que tampoco tuvo una positiva actuación ya enfrentado al gran desastre, lo cual se comprueba, por ejemplo, con la muerte de Omaira Sánchez aprisionada entre el fango al ser imposible conseguir una bomba de agua para salvarla; o el registro de 223 niños que sobrevivieron y se perdieron después de la tragedia, posiblemente entregados de urgencia en adopción por un ICBF desbordado o simplemente acogidos ilegalmente (González, Francisco. 2014). Hasta tal punto había desinformación que, la noche del 13 de noviembre, se detuvieron a descansar en Armero, un profesor, 22 estudiantes y el conductor del bus de la Facultad de Geología de la Universidad de Caldas, de los cuales seis murieron. Al menos más interés mostró, cuatro meses antes de la tragedia, la Jefe de Oficinas de Relaciones Internacionales del Ministerio de Educación, al ofrecer su mediación al Gobernador de Caldas, para ¡solicitarle a la Unesco que evitara que el volcán del Ruiz se reactivara! (Duque Escobar, 2005).
Los gobernadores y alcaldes locales, salvo el de Armero, impotente por la ausencia de comunicaciones, tampoco estuvieron a la altura pues fue imposible contactarlos el mismo día de la tragedia, sencillamente porque estaban en fiestas, razón por la cual la ayuda de los radioaficionados no pudo llegar en el momento preciso. A la gente de Armero la tranquilizaron equivocadamente con el argumento de que no iba a pasar nada y que miraran tranquilamente el partido de fútbol hasta el último momento cuando ya no había tiempo para reaccionar. Esto propició el pánico de la gente que, al tratar de salvarse, terminó atropellando con sus carros a los demás transeúntes que trataban de huir.
La gente de Chinchiná y Villamaría, quienes jamás imaginaron las consecuencias que tendría la erupción, fue avisada por un carro solitario cuyo valiente conductor, el Ingeniero Bernardo Salazar Arango, les recomendaba que se retiraran de sus casas en las orillas del rio. No fue más.
La tragedia de Armero es una tragedia premoderna en la Colombia moderna de 1985, que hubiera podido ser evitada con una red de telecomunicaciones efectiva, un sistema de alarma eficiente, un plan de evacuación general y, por sobre todo, un gobierno interesado, responsable y atento a las necesidades de su pueblo. Tal vez lo más triste de todo esto sea que ningún miembro del gobierno tuvo la decencia de renunciar, una decisión que se hubiera dado en cualquier país digno.
Bibliografía
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