¡Familia: se nos fue el “Cheo” a cantar al cielo!
Mucho antes de ser consciente de la indisoluble unión entre su vida y la música popular, el pequeño José Luis Ángel Jacinto Feliciano Vega (1935-2014) ya llevaba en su corazón trazas de melodía: “Los Panchos”, que sonaban en todas las estaciones de radio de Puerto Rico en los años 40, y un vecino, quien todas las tardes cuando el pequeño “Cheo” regresaba de la escuela lo hacía subir a su piso para que escuchara un buen rato de música selecta –Debussy y Ravel, sobre todo. De esa experiencia, vivida entre los siete y los once años, le quedó del famoso trio el gusto por los boleros y de la música clásica la magnificencia en los arreglos orquestales que serían la impronta de su descollante carrera como cantante.
Nacido en Ponce en 1935 en la calle Guadalupe, frente a un viejo cementerio abandonado, lo que “Cheo” quería ser, si era que algo quería con la música, era percusionista. Conformó con sus amigos, nacidos como él en el barrio Francisco Coimbre, un conjunto musical, “El combo de las latas”, cuyos instrumentos eran fabricados con retales metálicos conseguidos en una chatarrería cercana y él mismo se hizo una especie de congas que se recuerdan desproporcionadas para sus manos infantiles. Para 1950 sus padres lo habían matriculado en la que después sería la famosa Escuela Libre de Música “Juan Morel Campos”, la cual funcionaba en un viejo teatro donde los camerinos abandonados eran las salas de clase. A “Cheo” lo inscribieron para que se hiciera trombonista, pero para ese instrumento se habían matriculado otros 39 niños y no había más que un viejo trombón. Fueron años de absoluta penuria para la familia Feliciano Vega: el padre, Prudencio Feliciano –un hábil carpintero y buen cantante–, a duras penas conseguía lo indispensable para sostener una familia de cuatro personas: su esposa Crecencia Vega, el joven “Cheo” y otro hijo. Atormentado por esa situación, Don Prudencio viajó en 1952 a Nueva York en busca de mejores oportunidades. Quizás fue el momento más importante en la vida de “Cheo”; en el Harlem, junto a otros hispanos, tuvo la revelación de que la música sería para siempre lo suyo y se retiró de la escuela secundaria, proponiéndose convertirse en el mejor percusionista de la historia. Se hizo amigo de los grandes de la música latina: Frank Grillo, Tito Puentes, Tito Rodríguez, Mongo Santamaría –entre otros– y terminó cargándoles los instrumentos musicales a todos ellos.
En 1954 “Cheo” ya era valet del famoso director de orquesta y cantante Tito Rodríguez y, mediando el ruego de algunos amigos –incluido el de su futura esposa–, quienes lo habían oído cantar, le pidieron a Rodríguez que le diera una oportunidad a su mulato bandboy. Dice la leyenda que Tito le dijo, “¿es que tú cantas?”. Y dicen que “Cheo” contestó que él era el mejor cantante del mundo. Al estilo del propio Tito, cantó dos temazos nada menos que en el Palladium de Nueva York, y como testigo estuvo uno de los más grandes de todos los tiempos, su paisano Tito Rodríguez. El cinco de octubre de 1957 se casó con la mujer que lo acompañaría hasta el día de su muerte, Socorro “Coco” Prieto León, con quien tuvo cuatro hijos. Ese mismo día empezó profesionalmente a cantar en el conjunto del neoyorquino Gilberto Miguel Calderón, conocido internacionalmente como Joe Cuba (1931–2009), quien modernizó la vieja estructura de soneros introduciendo un cantante acompañado por percusión y vibráfono como herencia del jazz. Fueron ocho años de éxitos, en los que alcanzó a grabar 17 álbumes.
En 1965 “Cheo” se convirtió en solista, grabando entre otros con Eddie Palmieri y dejando para la historia temas como Busca lo tuyo, Ay que rico y la letra del super éxito Palo de mango. Entre 1967 y 1971 ocurrió la debacle en su vida: se aficionó al uso de psicotrópicos y llegó a probar heroína. Su carrera tan promisoria se vio desdibujada para siempre, pues en ese tiempo se estaba completando el color de su voz, echando a perder los que probablemente iban a ser sus mejores años. Recuperado, se incorporó a la “Fania”, donde estuvo hasta 1981, y grabó quince álbumes donde se destacan con carácter de inmortales temas como Anacaona, Mi triste problema y, por supuesto, la grabación de la canción de su vida y de su propia autoría: El ratón.
De allí en adelante se dedicó con relativo éxito a la producción musical y a seguir grabando. En 1996 y bajo el sello RMM, “Un solo beso: Cheo interpreta a Armando Manzanero”. Finalizando 1998, viajó a Cuba haciendo una presentación histórica de dónde salió un disco excepcional, “Cheo Feliciano en Cuba”, grabado en el famoso Club Tropicana, y en 1999 una grabación imprescindible, “Una voz, mil recuerdos”, donde rindió homenaje a los grandes cantantes de la salsa, con la dirección del maestro Louis García. También en 1999 y bajo la batuta de García, “Cheo” nos dejó un álbum inolvidable: “Pinceladas Navideñas”, compuesto de melodías tradicionales del folclor boricua.
Fueron cincuenta y siete años de carrera artística. Lo tuvo todo para ser el mejor, pero en su momento el abuso con las drogas y producciones musicales no siempre bien promocionadas impidieron que se hubiera convertido en el rey que merecía ser. Nos dejó eso si en esa voz de barítono, que iba del susurro hasta lo más alto de la escala, boleros para recordar siempre, y en el difícil arte del soneo nos legó piezas y actuaciones que solo pueden encontrar parangón con las mejores de los grandes maestros de ese estilo, como su compatriota Ismael Rivera o el cubano Tito Gómez.